Page 10 - Domingo Martinez Rosario
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Juan Gómez Bárcena Escritor y ensayistaConocí a Domingo Martínez Rosario (Fuente de Cantos, 1983) en 2007, durante nuestra estancia en Córdoba como becarios de la Fundación Antonio Gala. Eso quiere decir que durante un año su taller fue de alguna forma parte de mi propia casa; que tuve la oportunidad de asistir a la len- ta gestación de algunas de las obras que hoy se exponen y que en cierto modo verlas terminadas es como reencontrar- me con viejos conocidos. Es por tanto para mí un privilegio presentar este catálogo, aunque sea desde la mirada profa- na de quien ni es artista plástico ni crítico de arte, y debe por tanto arrastrar las cosas a su propio terreno para poder decir algo provechoso. Mi terreno es la filosofía, y es desde esa perspectiva desde la que me he propuesto dirigir estas palabras. Afortunadamente, la obra de Domingo Martínez parece prestarse gustosa a este deslizamiento: quienes la conozcan profundamente sabrán juzgar hasta qué punto el autor sabe moverse con elegancia entre la filosofía y el arte. Su esfuerzo de combinar ambos lenguajes no cae ni en la simplificación de los contenidos filosóficos ni en una mera ilustración de los mismos. Por el contrario, nos revela hasta qué punto la filosofía no es una disciplina separada del arte sino una actitud propia, una determinada forma de mirar y de hacer preguntas antes que de encontrar respuestas, y su obra va a heredar lo mejor de esta actitud sin descuidar su propósito artístico.La obra de Domingo Martínez orbita fundamentalmente en torno al concepto de la memoria. Se trata de una preocupa-ción muy oportuna en un tiempo y una sociedad en la que la memoria se ha convertido en tema de atención y eje de importantes debates. Los rápidos cambios políticos e ideo- lógicos del siglo XX nos acechan desde el pasado, y han to- mado el solemne nombre de memoria histórica. Por su parte el Alzheimer y la demencia senil, cada vez más frecuentes en una sociedad progresivamente envejecida, nos obligan a repensar el concepto de nuestra propia identidad, y nos in- terrogan acerca de qué ocurre con el sujeto cuando nuestra memoria se desvanece. ¿Seguimos siendo nosotros mismos cuando todo lo que somos, cuando todo aquello que recorda- mos haber hecho o dicho, se ha desvanecido? Lúcidamente, el autor logra sorprendernos invirtiendo la pregunta. ¿Qué sucede con la memoria cuando la persona ya no está? ¿Qué ocurre con los objetos que nos hicieron felices, con las foto- grafías que tomamos, con los escenarios que habitamos y en los que sutilmente dejamos nuestra huella? Inevitablemente se convierten en residuos; en muñecas viejas con las que ya nadie juega, en fotografías manoseadas que se venden a un euro el kilo en los puestos de saldo, en diskettes que guar- dan imágenes de aquellas vacaciones inolvidables y que ya nunca visionaremos en ninguna parte. Y sin embargo en este vertedero del tiempo, en esos desechos que excreta nuestro pasado, Domingo Martínez ha sabido encontrar la humani- dad que aún late en ellos; el aura que les hace trascender su condición de meros objetos. Sospecho que en esta tarea no hay sólo una intención estética sino también un propósito humanístico: el intento de devolver la voz a los fantasmas


































































































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