Page 11 - Domingo Martinez Rosario
P. 11
del pasado, de restaurar la memoria de las miles de vidas anónimas que aún sobreviven en sus objetos. En definitiva, un reencontrarnos con esa Historia personal que en realidad no está compuesta de grandes acontecimientos ni de biogra- fías ilustres sino sólo de mínimos hechos, de las pequeñas experiencias cotidianas de esos millones de seres humanos que nadie recuerda y cuyo nombre no repiten los libros.Pero la fascinación de Martínez Rosario por la memoria aún tiene para mí una segunda dimensión. El autor no sólo se preocupa de hacer emerger el recuerdo de los ausentes a través de los objetos que poseyeron o de los desechos que dejaron: también se propone penetrar en esa realidad mis- teriosa que es la propia mente humana. Se trata de un inten- to de ilustrar los singulares procesos de la memoria como facultad intelectiva: una memoria que no es un testigo fiable sino antes bien un discurso siempre subjetivo y parcial, dis- puesto a distorsionar aquello que no entiende, a re-inventar lo que no recuerda y a enmarañar el pasado en un collage que confunde tiempos y espacios. En ese sentido me gusta interpretar esas inquietantes pinturas del autor en las que la realidad parece fracturarse, descomponerse en distintosplanos temporales que se contradicen y se anulan, y en los que el propio sujeto parece desdoblarse. Una sola instantá- nea en la que, como en la memoria humana, lo diacrónico se hace simultáneo, lo múltiple se vuelve unitario y tiempos distintos convergen hasta convertirse en una misma cosa. Una sola mirada que reúne todos los momentos de la vida de un hombre, del mismo modo que en el Aleph de Borges caben todas las cosas.Dije al comenzar que las obras de Domingo son para mí vie- jos conocidos. Y como viejos conocidos que son sospecho que volveremos a encontrarnos de nuevo en otras circuns- tancias, y que entonces me parecerán cambiadas y me suge- rirán otras reflexiones y distintas palabras. Por supuesto no serán ellas las que hayan cambiado: más bien seré yo el que las mire desde una óptica nueva, y encuentre en ellas todo lo que en este momento no soy capaz de ver. Pues si hay algo asombroso en la obra de Domingo es precisamente eso: su capacidad de continuar vivo y en permanente transfor- mación su diálogo con el espectador, aunque aparentemen- te siempre permanezcan iguales. Me parece entender que es ésta una virtud sólo al alcance de las grandes obras.